I - El inicio.
Antes de comenzar a escribir esta entrada, pensaba hacer una crítica de lo que vi el sábado. Para ser sinceros no me gustó nada. Es cierto, en momentos las obras (poemas y performance) llegaban a una cúspide de genialidad, momentos sublimes; sin embargo un momento sublime no hace a la obra. Pero dejemos esto de lado pues hoy la intención no es hacer ninguna crítica y sí hablar de lo que viví el sábado. Ese día conocí a una sonetista igual de bella que sus versos. Eso me emociona mucho porque es la primer mujer sonetista que conozco. Actualmente los poetas en general dejan de lado las formas clásicas por el verso libre, algo muy válido sin duda, sin embargo pierde validez cuando ese novel poeta incursiona en el verso libre por desconocimiento del uso de los metros clásicos, o peor aún, por chabacanería. Esta dulce poeta se llama Dulce y hablaré de ella un poco más adelante. En la misma mesa que yo estaban las poetisas Alicia Quiñónez, Dulce (sinológica) y el músico Víctor Ochoa. Éste último decendiente de la estirpe de los Villaurrutia. Con él conversé poco, sin embargo lo suficiente para emocionarme con el proyecto que se trae entre manos: escribir una ópera.
Un poco más tarde, cuando acabó el espectáculo erótico poético (que para mí no tuvo ni lo uno ni lo otro), comenzó el bailongo animado por Alicia. Me tocó bailar con una norteña, toluqueña y defeña (todo al mismo tiempo) de ojos muy lindos. Su nombre: Yolí. Esta chica era miebro del equipo de trabajo de la ONU en México. Como ya se imaginarán, mientras disfrutaba de un buen baile, disfruté también de una rica charla internacionalista. Ésta parte seguramente les hubiera encantado al Arvin y al Aldo, pero se la perdieron uno por ebrio y otro por desafanes.
Un poco más tarde aún, el lugar se fue vaciando de la concurrencia que asistió al evento, para irse llenando de la habitual concurrencia que frecuenta el Cabaret Bombay, incluidas las ficheras. Yo no me animé a bailar con ninguna. Hoy me arrepiento porque es algo que creo que se está extinguiendo, y tal vez no le pueda decir nunca a mi decendencia: "yo bailé con una fichera". El entretimiento corrió entonces por cuenta de la fauna natural del lugar. Las tres chicas que me acompañaban (Alicia, Yolí y Dulce) se hacían las delicias hablando primero sobre el oficio de las ficheras, después de los atuendos y estado de los concurrentes, y finalmente de lo maravilloso que las ficheras (nada agraciadas físicamente) sabían bailar: todas unas maestras.
II - El Arvin hace su precencia.
III - Casa de Dulce
Esta parte es la que me orilló a no escribir la crítica. Acabando de cenar buscamos sin fortuna algún bar abierto por la zona, así que Dulce nos invitó a su casa para continuar el chupe. En mi auto íbamos America, una chica reservada que era colega del poeta en su trabajo de vender libros en el Péndulo, el poeta y yo; en el auto de Licha, ella misma y Dulce. Una vez en su casa se armó la atmosfera** cortazariana-rayuelana. Música buena y una exquicita tertulia literaria como hace mucho no tenía. Allí se habló de Francisco Hernández, Poe, Whitman, Pound, Paz, Benedetti, Sabines, entre muchos más autores, estilos, contextos, poéticas y minucias. Fue muy gratificante y, la (para mí) tortura del evento poético-erótico valió la pena sólo por esa charla.
Finalmente, ya para acabar, la poetisa Dulce, que es un estuche de monerías, nos cantó varias canciones en portugués, en yiddish y en español. A petición mía nos regaló una versión de La llorona como pocas veces he oído. La piel se me puso chinita. En fin, la tertulia acabó y los poetas reunidos (que éramos cuatro), con la grata compañía se la silenciosa América, nos despedimos prometiendo un reencuentro alguno de estos días en que la vida literaria nos reúna de nuevo. Total, como dice el dicho: Arrieros somos y en el camino andamos.
PD: hay videos del evento en la sección de videopodcast.
*Me refiero tanto al encontrar poetas por la vida, como a grande amigos en la plaza del mariachi.
**Suena más bonito sin acento.